Mi piedra Rosetta. |
2.9.25
Lo que el washi tape esconde
12.6.25
Secretos de hospital
Saludos, internautas:
Ha pasado tiempo desde que no escribo y ha pasado algo que me cambiado la vida. Os pongo en contexto. El trabajo de un sanitario es precario por definición. Esto viene así descrito en el artículo 12.3 de la Ley General de Sanidad. Es por todos sabido que nuestra profesión se caracteriza por trabajar de noche, contagiarse de enfermedades, la sobrecarga laboral… pero hay algo que sufrimos que está silenciado. Hay una cosa sólo al alcance de unos pocos privilegiados: tener un sitio donde dejar tu ropa mientras trabajas. Lo normal es que te cambies en un baño diminuto y te enfrentes a la difícil decisión entre dejar tus cosas en el suelo o en la taza del váter. Además, compartes desnudez en ese limitado espacio con varias personas frotándose involuntariamente (o no) con tu culo. Si, para colmo de tus desgracias, eres sustituta, muy probablemente te estés presentando en ese momento tan íntimo. Después, dejas tus cosas en el baño, o en cualquier recoveco que encuentres, y procedes a rezar a todos tus dioses para que cuando vuelvas tras 12 horas permanezcan ahí.
Sin encambio, hay una élite que vive otra realidad: la gente con taquilla. Son muy pocas, pero esas personas existen, yo las he visto. Son la aristocracia hospitalaria.

El motivo de la burbuja de la taquilla es que hay muchísimas más personas que taquillas. Yo pensaba que, cuando por fin conseguías ser fija, alguien te hacía entrega de las llaves de tu taquilla. Pero cuando fui a demandarlas a mi supervisora, noté en su mirada que sintió pena por mi inocencia. Por supuesto, me fui de ese hospital sin haber conseguido una. Cuando me trasladaron, repetí la operación con el mismo resultado. Esta vez, rogué a mi supervisora que me dijera qué hilos debía mover para conseguir una, pero no era tan sencillo. El reparto de taquillas es un proceso de lo más opaco que da lugar a un mercado negro. Para el común de los mortales las únicas opciones que hay son las siguientes:
- Que la usuaria de una muera y te la haya dejado en su testamento.
- Que seas la BFF de alguien que se vaya del hospital.
- Que alguien quiera alquilártela (en tal caso la compartirás).
Hice cosas de las que no estoy orgullosa, como interrogar incómodamente a todas las personas que me encontraba sobre si sabían de alguna enfermera que estuviera terminal, lamerle el culo a toda la gente de 64 años o pasarme por la piedra al consejero de sanidad. ¡Pero no fue suficiente! Sin embargo, una mañana ocurrió el milagro navideño: una compañera me dio el chivatazo de que una enfermera se trasladó a otro hospital para no volver y había dejado huérfana una —¡¡La tía guarra!!— Así pues, los de seguridad procedieron a la apertura comprobando que, efectivamente, no había nada. Ahora doy un asco increíble. Miro por encima del hombro a la gente sin taquilla, fuerzo todas las conversaciones de una manera absurda para mencionar que tengo una e incluso he hecho una entrada en el blog que trata exclusivamente del tema.
Pero no todo son ventajas como pensaba. La posesión de una taquilla trae consigo un nuevo miedo: que me entre una okupa. ¡No es coña! He visto una nota en una taquilla que dice que está ocupada ilegalmente y que si en el plazo de 15 días no se desocupa, llamarán a Dani Desokupa. No, esto último es broma. Pero sí dice que se procederá a su apertura por parte de la dirección. ¡El mismísimo director del hospital va a encargarse de abrirla!
Como veis la cosa es seria.
19.8.24
¿Gay o etéreo?
— Eeh… ¿sí? –No entendía a qué venía esa pregunta.
— Pues a las 19:00 me recoges en la otra punta de Albacete para ir a ver el piso. Y bueno, a la vuelta me puedes llevar en coche o… si no puedes, pues me tendré que volver andando. —Dijo con tono lastimero.
— Hola, hemos quedado hace 15 minutos.
— Ah, sí. ¿Era para el piso de la calle Pino, verdad?
— Sí.
— Sí tengo otro que vale lo mismo, si queréis ahora lo vemos.
— Vale.
Ahí se le enclavijó la cara y le cambió el tono de voz. Lejos quedaba ese hombre dicharachero que nos contaba que estábamos ante el último grito en colchones.
25.7.24
Aqualandia, un sueño húmedo

4.7.24
La verdad tras la escultura de Iniesta
31.3.24
Casada con un pizzaiolo
Desde hace unos meses NeoJín ha caído en las garras de una obsesión: ⭐la creación de la pizza perfecta⭐. Yo, por supuesto, no quiero truncar sus sueños, faltaría más.
Todo empezó al venirnos a vivir a Úbeda, justo encima de una pizzería que emana deliciosos vapores que se cuelan por la rejilla de ventilación de nuestro baño y embriagan toda la casa, causándonos antojo de pizza 2 veces al día -¿Llegará a la pizzería el olor de nuestro baño?-. Además, NeoJín quedó marcado por un duro pasado sin horno que le provocó severas secuelas que se están manifestando en este hogar provisto de horno. Esto lo llevó a documentarse sobre cómo perfeccionar este arte culinario. Ahora se pasa los días habándome de técnicas que escapan a mi entendimiento, como "la bofetada napolitana”, "la
gasificación de la masa" o "el leopardado". Tiene una extraña y compleja fórmula donde las variables son la
humedad, los gramos de harina y levadura, la temperatura... Sigue al pie de la letra todo lo que le dice el canal de Gluten Morguen y, por si esto fuera poco, antes de hornearlas, realiza un extraño ritual vudú que consiste en soplarle a la pizza por
debajo. Yo finjo que todo me parece normal.
Sin embargo, a pesar de mi escepticismo inicial, debo reconocer que ha habido una clara evolución en la
calidad de las pizzas. Crujientes por fuera,
esponjosas por dentro, con un borde delicadamente inflado (la gasificación
parece que era la clave). Incluso he fomentado esta adicción regalándole una
pala para meter y sacar las pizzas del horno y una piedra volcánica, que garantiza el auténtico
sabor a horno de piedra.
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Tiembla Marquinetti |
15.3.24
La vida del sommelier de AOVE
Quien haya leído entradas anteriores de este blog ya sabrá que he terminado en actividades de lo más surrealistas a causa de su carácter gratuito. Por este motivo ayer arrastré a NeoJín a nuestra última azaña: una cata de aceites superpremium de esta tierra de olivos que es Úbeda.
Nos hicieron pasar a una sala donde había una mesa de juntas muy grande, de esas en las que en las películas los trabajadores de las empresas tienen ideas muy raras que catapultarán al negocio al éxito o les buscarán la ruina. Estoy segura de que ahí se han tramado planes para dominar el mundo… o al menos para subir el precio del aceite.
Lo primero que nos dijeron es que una cata no era una degustación y que no nos íbamos a dar un festín. Primera desilusión del día. Luego nos explicaron muchas cosas sobre el aceite y cómo debíamos catarlo.
Hay distintas fases:
- La primera era olerlo. Cuando nos preguntaron que a qué olía la gente decía sabores dispares “¡A alcachofa!”, “¡A plátano macho!” y los instructores “¡¡¡CORRECTO!!!”. Yo flipaba. Eso sólo olía a aceite.
- Luego había que enjuagarse con él como si fuera Listerine y coger aire por la boca haciendo sonidos obscenos.
- Después, había que tragárselo para notar otros sabores distintos. En este punto NeoJín estaba convencido de que, tras un rato, alguien de esa habitación moriría súbitamente y el resto tendríamos que descubrir quién lo había matado.
- El siguiente paso era a los 10 segundos de tragárselo, cuando la gente se ponía sincrónicamente a toser (es lo que tiene echarse un lingotazo de aceite a palo seco).
La gente notaba sabores completamente diferentes entre unos y
otros (o eso decían). Yo sólo noté que uno estaba más amargo.
Nos dijeron que sólo había que beber un traguito, pero, ¿quién era el tonto que se dejaba ahí ese oro líquido que nos habían dicho que era carísimo y que tenía propiedades que nos haría inmortales? Nos abocicamos a los vasitos como si no hubiera un mañana. No lo intenten en casa.
Sin embargo, hubo un secreto que estos eruditos olvidaron decirnos. La última fase de una cata ocurre horas después: cuando paladeas el sabor de los eructos de aceite. Eso sí es retrogusto, ¡la verdadera experiencia gourmet!