13.11.18

Cómo esquilar a tu sobrina

Cuando me enteré de que mi hermana y su camada retornaban a Albacete me entraron las prisas por hacer todas las cosas que no había podido hacer con mis sobrinos antes por vivir tan lejos. Por fin podría vivir la tialdad a tope. Entre esa lista de cosas estaban los peinaditos. Me puse a ver tutoriales y me hice una maestra de las trenzas: de raíz, de boxeador, en espiga... Por otro lado, en mi currículum como peluquera, como he contado por en este blog alguna vez, hace ya tiempo que me corto yo el pelo. Gracias a esta dilatada experiencia como peluquera que me avalaba y a que me leí el libro de La poda y sus secretos de Íñigo Segurola, me confiaron la responsabilidad del flequillo así como del campo visual de mi sobrina y los resultados fueron plenamente satisfactorios. Me di cuenta de que es más fácil cortarle a otro el pelo que a uno mismo y reconozco que empecé a creerme un poco Manolo, el afamado y multigalardonado peluquero de cuarta generación de mi barrio. Había descubierto una nueva vocación. 

Si no eres de Albacete no puedes entender el arte que hay en esta foto

Una vez más pensé que me nominarían al premio Tía del año 2018 y con el éxito subido a la cabeza me atreví a cortarle no sólo el flequillo, sino también todo el pelo. Como ya podéis imaginar, si estoy escribiendo esta entrada es porque mi carrera de éxito se trunco (el éxito no vende).

El plan era cortárselo por los hombros, pero pasó lo que me ocurrió tantas veces con mi flequillo "¡Uy! está más largo de este lado, voy a igualarlo" y así una vez y otra y otra y otra y otra... Encima como tiene un pelo tan liso, cualquier trasquilón se notaba muchísimo. A medida que iba viendo cómo iba quedando mi obra, pensaba en qué le diría a sus padres y sentía un nudo en el estómago. Recordé un sentimiento olvidado, el de cuando era pequeña y sabía que la había liado mucho, pero mis padres no se habían enterado aún. Liarla con ellos en directo era malo, pero te evitabas el sufrimiento hasta que se enteraban. Concretamente me recordó a cuando mis hermanas y yo descubrimos que podíamos pintar sobre una foto con Paint, luego le dabamos a "undo" y mágicamente borrábamos las pruebas. Pues en ese contexto le pintamos coletitas, bigotes... a los señores que aparecían en una foto de un evento que le pasó a mi padre un amigo en un disquete. En medio de la vorágine de risas, no sé si es que cerramos a mitad o que el "deshacer" tenía un número limitado, pero el caso es que de reír pasamos a llorar cuando vimos que aquellas mellas tan graciosas no se borraban de la boca sonriente de esos señores que vivían en aquel disquete. Al ver a mí sobrina trasquilada sentí esa necesidad de "control+Z", con un gran vacío por saber que la vida no me lo iba a dar. Me sentí fatal con el gremio de la peluquería al que tanto he insultado durante mi vida por haberme hecho cortes de pelo que no me gustaban. ¡Qué duro es ver la vida desde el otro lado! Finalmente sólo le dejé dos trasquilones, que para lo mal que llegó a estar, no fue todo lo malo, pero no me atreví a intentar arreglarlos porque ya habíamos llegado al temible territorio del lóbulo de la oreja. Ahora venía lo peor: enseñarle a mi hermana que había convertido a su hija Aaron Carter con traquilones. 

¡Eh, pero no Aaron Carter politoxicómano! No jodamos, que no fue tan mal.

El de los 90

Con cara de haber visto a un fantasma y las dotes interpretativas de un anunciante de Spotify dijo "¡Ay, que guaaaaapa!" para que la niña no sufriera. A ver, que guapa claro que estaba. Quien es guapo lo es aunque lleve ese pelo de Principe de Beckelar. Y menos mal que lo es, porque el que es feo y le ponen ese pelo lo rematan.


Por los acontecimientos aquí narrados mi hermana me ha quitado el carnet de peluquera y, además, ya no tengo dónde hacerle trenzas.

Pero hubo a alguien a quien le encantó el corte, ¡a mi Pinchi! Cuando se vio en el espejo su carita se iluminó de ver que ahora se parecía más a sus ídolos Heidi y Satsuki (me acabo de dar cuenta de que es otaku) ¿y no es acaso eso lo importante? Lo de que le guste el corte, no lo de que sea otaku.

En base a los resultados obtenidos en este estudio del proyecto Sobrinos sujetos de experimentos, concluyo con que a mis hijos nunca les cortaré yo misma el pelo.

EDITO: Dos semanas después, mi Pinchi ha sido encontrada con unas tijeras en su mano derecha y un mechón de pelo en su mano izquierda. Lo malo es que se ha rapado del centro de donde le nace el pelo, sobre la frente y cuando le crezca parecerá Tintín. Lo bueno es que ya nadie habla de lo mal que le dejé el pelo.

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