Clase preferente

En éste el primer día libre que recuerdo (mi mente sólo recuerda lo ocurrido 8 días atrás) he decidido hacer sólo cosas divertidas. Por lo pronto me lo he pasado durmiendo, o sea que hasta ahora objetivo cumplido. Lo siguiente será actualizar este blog que empieza a ser un poco rancio. Echaré la vista unas semanas atrás y os contaré algo que me pasó cuando todavía vivía en Alcázar, ciudad que ahora que estoy en Albacete extraño y a la que probablemente vuelva en breve. Pues bien, corría el verano del 2010, eran las 3 de la mañana y al día siguiente tenía que irme a Alcázar. Pensé en sacarme como siempre el billete por internet (sé que estáis impresionados por mi increíble dominio de la informática) pero ¡oh, sorpresa! No quedaban billetes en la clase turista y tuve que sacármelo en la clase preferente (la de los pijos). La diferencia eran 16 eurazos Por ese precio bien podrían chupártela en el tren mientras visualizabas el paisaje manchego por la ventana pero no fue del todo así.

Cuando entré en el vagón “preferente” no había una dulce fragancia de limones del Caribe que impregnase el aire, ni suelos de oro, ni los revisores iban en tanga (menos mal porque no bajan de 50 años). La única diferencia que aprecié fue un reposabrazos el doble de ancho para que no te rozases con el compañero de al lado y que no te pegase la sarna. Entonces llegó un zagal y con voz de dependiente del Corte Inglés me dijo “¿desea leer la prensa?” Me quedé mirándolo seria durante 5 segundos y dije “…no”. Si yo sólo leo la revista del Cartoon Network y en verdad no la leo, sólo miro los dibujos. “¿Qué va a tomar de beber?” y yo pensando “¿pero es gratis o como funciona esto?”. No se lo iba a decir para que no se percatase de mi condición garrula pero por un lado de ser gratis no podría perdonarme dejar pasar esa oportunidad y por el otro tenía miedo me cobrasen un riñón por eso de que en los trenes las cosas valen 15 veces más, así es que le dije que agua. Me preguntó que si quería café pero también lo rechacé y se fue. Me empané mirándole los pies a mi compañero chino de al lado porque iba descalzo y llevaba un agujero enorme que dejaba ver su amarillo talón (mucha clase preferente pero luego llevaba patatas en los calcetines) cuando de repente vi llegar al muchacho con una bandeja llena de cosas de la que me hizo entrega. La bandeja era tal que así:


Se ve regular, siempre podéis hacer click


¡Gratis! ¡Gratis!


Se ve que cuando dije “agua” debió de entender “un pastelito, una empanada, una fajita, un bombón, una toallita y agua en un vaso del futuro”, me ocurre con frecuencia. ¡Vivan las cosas gratis! Bueno, si pensamos que pagué 16 euros por eso no era gratis, era una mierda, pero bueno, en el momento me dejé llevar por la gula y fui feliz. Me sentí rica y cool durante una hora. Como estaba hinchada me guardé el bombón para después.


Cuando por la noche fui a sacar el bombón del bolso del ordenador, los cables estaban forrados por un baño de chocolate líquido debido al calor infernal, menos mal que los de Renfe están en todo y me dieron la toallita para limpiarlo.


Bueno, voy a hacer de comer una receta del cocinero fiel, otro punto de la lista de cosas divertidas del día.

Comentarios

B. ha dicho que…
jajajaja a mí me hubiese pasado exactamente igual que a ti, no hubiese pedido nada por miedo a que el precio se inflara mucho. Pero si la primera vez que fui a un japo me dio miedo pedir el wasabi por si me lo cobraban!