Saludos, internautas:
Ha pasado tiempo desde que no escribo y ha pasado algo que me cambiado la vida. Os pongo en contexto. El trabajo de un sanitario es precario por definición. Esto viene así descrito en el artículo 12.3 de la Ley General de Sanidad. Es por todos sabido que nuestra profesión se caracteriza por trabajar de noche, contagiarse de enfermedades, la sobrecarga laboral… pero hay algo que sufrimos que está silenciado. Hay una cosa sólo al alcance de unos pocos privilegiados: tener un sitio donde dejar tu ropa mientras trabajas. Lo normal es que te cambies en un baño diminuto y te enfrentes a la difícil decisión entre dejar tus cosas en el suelo o en la taza del váter. Además, compartes desnudez en ese limitado espacio con varias personas frotándose involuntariamente (o no) con tu culo. Si, para colmo de tus desgracias, eres sustituta, muy probablemente te estés presentando en ese momento tan íntimo. Después, dejas tus cosas en el baño, o en cualquier recoveco que encuentres, y procedes a rezar a todos tus dioses para que cuando vuelvas tras 12 horas permanezcan ahí.
Sin encambio, hay una élite que vive otra realidad: la gente con taquilla. Son muy pocas, pero esas personas existen, yo las he visto. Son la aristocracia hospitalaria.

El motivo de la burbuja de la taquilla es que hay muchísimas más personas que taquillas. Yo pensaba que, cuando por fin conseguías ser fija, alguien te hacía entrega de las llaves de tu taquilla. Pero cuando fui a demandarlas a mi supervisora, noté en su mirada que sintió pena por mi inocencia. Por supuesto, me fui de ese hospital sin haber conseguido una. Cuando me trasladaron, repetí la operación con el mismo resultado. Esta vez, rogué a mi supervisora que me dijera qué hilos debía mover para conseguir una, pero no era tan sencillo. El reparto de taquillas es un proceso de lo más opaco que da lugar a un mercado negro. Para el común de los mortales las únicas opciones que hay son las siguientes:
- Que la usuaria de una muera y te la haya dejado en su testamento.
- Que seas la BFF de alguien que se vaya del hospital.
- Que alguien quiera alquilártela (en tal caso la compartirás).
Hice cosas de las que no estoy orgullosa, como interrogar incómodamente a todas las personas que me encontraba sobre si sabían de alguna enfermera que estuviera terminal, lamerle el culo a toda la gente de 64 años o pasarme por la piedra al consejero de sanidad. Pero no fue suficiente. Sin embargo, una mañana ocurrió el milagro navideño: una compañera me dio el chivatazo de que una enfermera se trasladó a otro hospital para no volver y había dejado huérfana una —¡¡La tía guarra!!— Así pues, los de seguridad procedieron a la apertura comprobando que, efectivamente, no había nada. Ahora doy un asco increíble. Miro por encima del hombro a la gente sin taquilla, fuerzo todas las conversaciones de una manera absurda para mencionar que tengo una e incluso me he hecho una entrada en el blog que trata exclusivamente del tema.
Pero no todo son ventajas como pensaba. La posesión de una taquilla trae consigo un nuevo miedo: que me entre una okupa. ¡No es coña! He visto una nota en una taquilla que dice que está ocupada ilegalmente y que si en el plazo de 15 días no se desocupa, llamarán a Dani Desokupa. No, esto último es broma. Pero sí dice que se procederá a su apertura por parte de la dirección. ¡El mismísimo director del hospital va a encargarse de abrirla!
Como veis la cosa es seria.